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El comienzo del sueño

Marina siempre había imaginado el momento: un despacho acogedor, una lámpara de pie con luz cálida, una estantería con libros de Jung, Rogers y Ellis.
En su mente, la escena era perfecta: una paciente sentada frente a ella, tomando una infusión mientras comparte su historia.
Era su sueño desde la universidad: tener su propia consulta y vivir de lo que amaba —escuchar, comprender y acompañar.

Pero la realidad no tardó en romper la burbuja romántica. El día que colgó su título de Psicología en la pared de su habitación, su entusiasmo se mezcló con una pregunta tan simple como inquietante:

“¿Y ahora qué?”

La bifurcación invisible: Clínica o Sanitaria

Nadie le había contado que el título de grado no bastaba para ejercer de forma privada.
En España, abrir una consulta de psicología implica tomar una decisión crucial: la vía del Psicólogo Clínico o la del Psicólogo General Sanitario.

El Psicólogo Clínico accede al sistema público a través del durísimo examen PIR. Cuatro años de residencia, un número reducido de plazas y una competencia feroz. Es un camino de servicio público, pero poco compatible con el emprendimiento.

El Psicólogo General Sanitario, en cambio, accede al ámbito privado cursando el Máster Oficial correspondiente. Este título, regulado por el Real Decreto 2490/2011, es la llave legal para abrir tu consulta y ofrecer atención psicológica a personas físicas.

Marina lo descubrió casi por accidente, cuando una compañera le comentó que sin ese máster no podría ni anunciarse como psicóloga sanitaria.
Había pasado cinco años de carrera y nadie se lo había explicado claramente.

El primer paso del verdadero viaje

Así empezó su nuevo recorrido: matricularse en el Máster de Psicología General Sanitaria.
Dos años intensos, con prácticas, supervisiones y un trabajo final, pero sobre todo, con una nueva mirada. Ya no se trataba solo de entender la mente humana, sino de comprender el marco legal, ético y profesional que rodea al ejercicio sanitario.

Descubrió que detrás de la vocación había una estructura que sostener: leyes, normativas, seguros, registros y, sí, mucha burocracia.
El sueño seguía vivo, pero ahora tenía una forma más clara y un camino concreto.

El aprendizaje de Marina (y de todos los futuros emprendedores)

Al terminar el máster, Marina ya no soñaba solo con decorar su consulta; ahora sabía qué significaba realmente tener una.
Su visión había madurado: entendió que ser psicólogo autónomo no es un salto emocional, sino una decisión estratégica.

“Ser terapeuta te enseña a acompañar a los demás; ser sanitario te enseña a hacerlo de forma responsable y legal.”

La vocación sigue siendo el motor, pero el conocimiento regulatorio es el combustible que hace posible arrancar.


🔗 Próximo capítulo: “Tu consulta no es un despacho: la trastienda sanitaria que nadie te contó”
Marina consigue su máster y alquila su primer local… pero descubre que no basta con tener llaves y ganas para abrir las puertas.